César Chávez Nava*
El efecto invernadero se da en la tierra de manera natural,
éste es ocasionado por la presencia de gases que existen en la atmósfera, entre
ellos, nitrógeno, oxígeno y bióxido de carbono. La ausencia de estos gases y su
efecto invernadero al retener parte de la energía solar, provocaría que la
temperatura en el planeta descendería hasta, según varios investigadores
europeos, menos 20°C.
El uso de combustibles fósiles libera el carbón que fue
contenido durante varios años, el cual al combinarse con el oxígeno forma el
bióxido de carbono, aumenta su presencia en la atmósfera y rompe el equilibrio
natural, debido a que el bióxido de carbono es uno de los gases que mayor
retención de energía solar tiene. Se dice que el bióxido de carbono participa
en el proceso del cambio climático con el 60 por ciento.
El desequilibrio en la concentración de estos gases de
efecto invernadero, se ve reflejado en la ampliación de la retención de los
rayos infrarrojos, lo que a su vez ha traído consigo el aumento de la
temperatura o para algunos el llamado cambio climático, situación que motivó a
varios países a implementar programas de mitigación (causas y acciones para
reducir los efectos) y adaptación (impactos y vulnerabilidad). Sobra decir los
efectos del cambio climático: precipitaciones intensas y de corta duración,
sequías recurrentes, modificaciones en uno de los componentes del ciclo
hidrológico, disminución en la producción del sector primario, cambios en los
patrones naturales de la biodiversidad, estacionales, etcétera.
Además de la industria, los residuos incluyendo las aguas
residuales, la generación de electricidad por medios convencionales, los
incendios, el transporte y la deforestación, entre otros, son generadores de
estos gases de efecto invernadero.
Para mitigar el efecto invernadero y mejorar la calidad de
vida de la población, se promueven entre muchas acciones, la reforestación de
ecosistemas forestales (Semarnat-Conafor-Sedea) y la plantación de árboles en
ciudades (Sedesu-Gobiernos Municipales), dada la capacidad que tienen los
árboles de capturar el bióxido de carbono mediante la fotosíntesis,
convirtiendo éste en celulosa y liberando oxígeno. Se estima que el 50% de la
biomasa de cada árbol es carbono que se distribuye de la siguiente manera: 50%
en el fuste o tronco, 30% en brazos o ramas, 18% en raíces y 2% en follaje.
Las investigaciones sobre la participación de los árboles en
la captura de bióxido de carbono se han realizado mayormente en bosques
naturales, pero son pocos los estudios en árboles que se encuentran en las
ciudades.
Silva H.J., (2007) señala que para calcular el CO2 fijado en
los árboles se debe seguir el siguiente procedimiento: si una molécula de
carbono pesa 12/mol y una molécula de bióxido 44 gr/mol, (44/12 = 3.67),
significa que una tonelada de carbono capturada en un árbol equivale al
secuestro de 3.67 toneladas de CO2, obviamente, la capacidad estará en función
de la especie, condiciones ambientales del sitio de plantación y del manejo,
debido a que los árboles jóvenes en pleno crecimiento tienen más capacidad de
secuestro que los adultos, los cuales llegan a una etapa de madurez donde no
capturan sino que sólo mantienen el CO2, el cual es liberado cuando muere el
árbol y su espacio debe ser ocupado por otro árbol con el fin de que el ciclo
de captura-liberación-captura se mantenga.
La cuantificación de la capacidad de captura de CO2 en
árboles localizados en zonas urbanas, es un trabajo complejo pero necesario que
requiere tiempo, recursos económicos y técnicos suficientes, además de
esfuerzos multidisciplinarios.
Fuente: Libertad de Palabra
"ECOLOGISTAS DE JURIQUILLA AC"
Twitter: @JURIQUILLA
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